El viaje para llegar a la esencia de la vida

Estamos en una era de cambios en la que debemos aceptar y acoger el cambio como una gran oportunidad para renovarnos, reprogramar nuevas estrategias, nuevos paradigmas, nuevas creencias y al mismo tiempo volver a nosotros mismos. En las últimas décadas, la sociedad moderna nos ha envuelto en un remolino de innovaciones ultra-tecnológicas y consumistas que nos ha tragado en el ojo de una tormenta, abusando de demasiada modernidad para de-responsabilizarnos de todo: desde los roles sociales que jugamos como padres, hijos, maestros, colegas, empresarios ciudadanos, etc., hasta nuestras mismas acciones. Hemos permitido que este ciclón moderno se hiciera cargo de nuestras vidas y se fuera de las manos, como un Frankstein que se rebela contra quien lo creó, llegando a hacer más daño que beneficio. Propongo que a través del viaje, volvamos a la esencia de la vida.

Un cambio de paradigma

La nueva estructura social se cuestiona cada vez más debido a que el delicado equilibrio entre el hombre y la naturaleza se está debilitando y muchos aspectos del viejo paradigma ya no son válidos en una sociedad cada vez más enferma, destruida, cansada, infeliz y completamente desconectada de sí misma.

Además, si vemos que surgen nuevos mercados que cada vez se perfilan más con el desarrollo personal y espiritual, el coaching, el crecimiento evolutivo, las disciplinas holísticas, los retiros espirituales, la nutrición consciente y los mercados hortofrutícolas de km 0, significa que cada vez hay más demanda y necesidad de volver a la calma, a la naturaleza, a nuestra verdadera esencia, que parece haber quedado como nuestra única brújula que nos guía en un mar cada vez más exasperado y corrupto.

El viaje para el bien-estar

Junto a todas estas terapias holísticas en fuerte crecimiento y todas orientadas a volver a una calidad de vida más sencilla y a sustituir el concepto de “bien tener” por el nuevo paradigma de “bien estar”, yo asocio el viaje. El viaje es la terapia hacia el bienestar por excelencia.

En el viaje encontramos todos los desafíos e ingredientes que nos permiten estar absolutamente en contacto y en estrecha conexión con nosotros mismos y evolucionar como personas más responsables, con un despertar de conciencia más profundo e intrínseco. El viaje, en un sentido físico y al mismo tiempo en un sentido metafórico, aborda todos los ámbitos y aspectos de nuestra vida, ayudándonos a luchar contra nuestros peores demonios y a sacar la mejor versión de nosotros mismos. Cada vez que regresamos de un viaje, sacamos a la luz una parte de nosotros, escondida y misteriosa, un lugar desconocido, nunca conocido antes y despertado después de mucho tiempo. 

Piénsalo…

En el viaje, concebido como una aventura y experiencia lo más natural posible, no como unas vacaciones turísticas “todo incluido”, primero nos deshacemos de una cosa: una etiqueta, una máscara o múltiples máscaras que hemos construido en nuestra vida, en nuestro núcleo social dentro de nuestra comunidad: madre/padre, hija/hijo, hermana/hermano, empleada/o, vecina/o de casa, novia/o. Nos quitamos todo este armario de máscaras y en un grupo que no conocemos y en un área del mundo desconocida, simplemente somos nosotros mismos.

Es un gran redescubrimiento, es como si entráramos en un círculo privado de conocimiento, donde solo se encuentran virtudes ocultas. Sin saber a qué nos enfrentamos, nos movemos en dos direcciones al mismo tiempo: una nos muestra las maravillas, valores y problemas que normalmente ignoramos, y la otra, al mismo tiempo y más profundamente, nos muestra todas las partes de nosotros mismos que de otra manera podrían oxidarse y caer en el olvido. Porque al viajar a lugares auténticamente extranjeros, inevitablemente viajamos con estados de ánimo, mentalidades y pasajes internos secretos que de otra manera difícilmente tendríamos la oportunidad de visitar. Por tanto, viajamos en busca de nosotros mismos y al mismo tiempo del anonimato.

En el extranjero, estamos tremendamente desprovistos de casta, ocupación y estatus. La gente no puede darnos un nombre o una categoría. Precisamente así nos purificamos y nos liberamos de etiquetas innecesarias y tenemos la posibilidad de entrar en contacto con partes más esenciales de nosotros mismos (lo que explica por qué cuando estamos fuera de casa nos sentimos más vivos). Es en el extranjero que seguimos el impulso y nos entusiasmamos por todo, como cuando estamos enamorados. Vivimos sin pasado y sin futuro, al menos por un momento, y estamos a disposición de todos y abiertos a cualquier interpretación. Incluso podemos volvernos misteriosos para los demás y, a veces, para nosotros mismos. Nos desnudamos así de todos los prejuicios y volvemos a nuestra esencia, con sencillez. Y nos gusta. Es un «lujo» que muy pocos se toman la libertad de escoger.

En el viaje, durante esas horas eternas en un avión o en un autobús que recorre caminos largos y desenredados, nos permitimos otro lujo: el tiempo para pensar. Pensar y reelaborar todo lo que nos ha pasado en los últimos años y que inevitablemente nos ha alejado de nosotros mismos, nos ha alejado cada vez más de nuestro verdadero ser. Tenemos tiempo para pensar, para perdernos en los recuerdos y reencontrarnos.

Y el viaje se transforma en un espejo. Comer comidas típicas, hablar un idioma que no es el nuestro, conocer diferentes personas y rostros para reconocer, al final, entre esos mil rostros, los lineamientos de nuestra gente, el olor de nuestro país, los sabores de nuestra tierra, y apreciar más y con otra mirada, nuestras orígenes, nuestro pasado y nuestra historia, o simplemente nuestro hogar. Caminar por calles desconocidas e improvisar, entrar en contacto con diferentes culturas, tradiciones, bailes y danzas, cantos y coros, disfraces y máscaras que nunca imaginamos. Sorprenderse de lo que no es habitual, dejar en casa creencias y certezas para ver todo lo que creíamos saber bajo una luz diferente. Todo esto trastorna por completo lo que se daba por sentado, aprendemos cuanto provisorias y provincianas son las ideas que se consideraban universales: esto es la suprema libertad de viajar.

Incluso, podríamos decir que somos como palomas mensajeras. Detrás del simple hecho de salir de casa por un tiempo, hay algo más abstracto, un aporte que somos capaces de entender cuando nos damos cuenta cuánto podemos dar a los lugares que visitamos y cómo podemos convertirnos en una paloma mensajera que transporta conocimientos y que con humildad aprende conocimientos; en definitiva contribuimos a un intercambio entre las culturas.

Entonces reconoceremos cómo nuestra acción asume un papel fundamental. Llevando valores, creencias y noticias a las diferentes partes del mundo donde viajamos, nos convertimos en los únicos canales que pueden sacar a la gente de las fronteras selladas de su país. Importar y exportar sueños, deseos, recuerdos lejanos y cercanos de lugares encantados, de realidades mágicas que hacen sentir bien (bien-estar), ser transnacional en un sentido más alegre, capaz de adaptarse en todas partes, acostumbrado a ser extranjero en todas partes y obligado a re-crear nuestro propio concepto del hogar, reconociendo así que ningún lugar es verdaderamente nuestro hogar.

Y finalmente, se vuelve a casa diferente. No mejor, pero sí con la capacidad de encontrar en nosotros mismos una persona de espíritu joven y abierta, con una mente más libre y sin prejuicios, con la conciencia de que siempre tenemos que estar atentos, receptivos, no oscurecidos por el hábito de la realidad, siempre dispuestos a adaptarnos a cualquier situación para cambiar, para transformar, para evolucionar.

Así que, de algún modo, el viaje continúa

Porque al igual que las grandes historias de amor, el viaje nunca tiene un final definitivo. Porque si cada historia de amor puede parecer un viaje a un país extranjero, donde no hablas bien el idioma y no sabes a dónde vas, pero estas empujado cada vez más hacia una oscuridad tentadora, cada viaje a un país extranjero puede ser una historia de amor, donde te encuentras preguntándote quién eres y de quién te has enamorado.