[dropcap]U[/dropcap]n par de guacamayos azules picotean unos gusanitos. Un tucán mordisquea una galletita salada. Sesenta turistas parlotean, dan gritos y chillidos, mientras tocan obsesivamente a los animales salvajes. Los perezosos se aferran a cuellos humanos. Los monos trepan sobre sus cabezas y sus hombros. En un banco, dos tortugas luchan por liberarse del peso de las manos humanas.
Mientras se pasa a los animales entre la muchedumbre, se oyen los clics de las cámaras y se ven palos selfie sobresaliendo desde todos los ángulos. Una mujer sostiene a un caimán joven, con la boca abierta, junto a la cabeza de su hijo pequeño. Una adolescente parlotea mientras se envuelve una anaconda alrededor del tronco, una imagen perfecta para un vídeo.
La gente echa propinas en un cubo y se marcha por las escaleras de la plataforma. Ya se han hartado y el entusiasmo frenético da pie a una aparente indiferencia.
Pasa días, incluso semanas, en la selva amazónica y puede que, con suerte, veas a un perezoso salvaje avanzando por un árbol o adviertas el brillo de los ojos de un caimán en un río durante la noche. Sin embargo, es bastante improbable que te encuentres cara a cara con cualquiera de estos animales. ¿Con todos? Imposible.
Sin embargo, sobre esta precaria plataforma que se sostiene en pilotes en la Amazonia peruana, esa misma experiencia está asegurada. Esta es una tienda de fauna silvestre en el que se puede ver todo en una sola parada.
Puerto Alegría, un pueblo con apenas 600 familias, se encuentra en un enclave amazónico bañado por el sol llamado Tres Fronteras, donde se unen Perú, Colombia y Brasil. Cada día, cientos de turistas, la mayoría de ellos procedentes de la orilla colombiana del río, acuden en barco, suben por las planchas de madera desde el agua hasta la orilla y claman por sostener y sacarse fotos con hasta cien animales cautivos de dos docenas de especies.
Los grupos de conservación y bienestar animal están de acuerdo en que, cuando una actividad que involucra fauna silvestre cruza la línea de la observación hacia la interacción, es mala para los animales. En el sudeste asiático, montar elefantes y acariciar cachorros de tigre, por ejemplo, ha atraído la atención hacia el lado oscuro del turismo de fauna salvaje.
Lo que está ocurriendo en Puerto Alegría representa una realidad de mayores dimensiones. En las ciudades portuarias de toda la región, los lugareños atrapan a animales en la selva, los encierran en jaulas y los sacan durante el día para que los turistas los fotografíen y los sostengan a cambio de propinas.
En septiembre de 2016, los investigadores de la organización sin ánimo de lucro World Animal Protection, con sede en Reino Unido, iniciaron una investigación de seis meses sobre operaciones de turismo animal en Puerto Alegría y Manaus, una importante ciudad portuaria del Amazonas, en Brasil. Sus hallazgos se han documentado en un informe publicado por la revista online Nature Conservation. Puedes leer las conclusiones del informe en este enlace.
Este artículo es un resumen de la noticia original publicada por National Geographic: “Informe especial: el lado oscuro del turismo de fauna salvaje en el Amazonas”.
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