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Conversado con Graciela Cheuquepan de Rukas, decires y machos

Llegamos a su casa un poco antes de la 1:30. Graciela nos había invitado a almorzar pero antes quería mostrarnos la ruka. Hacía años la había visitado ahí mismo, cuando yo no sabía nada de rukas, ni de ceremonias, ni de catutos (esas masitas alargadas blancas de harina de trigo), ni de cómo se vivía la cosmovisión Mapuche en una gran ciudad como Santiago de Chile; cuando no me imaginaba cómo se podía ser mapuche en medio del cemento, la contaminación y la sequía.

Aquella había sido mi primera vez en una ruka, la primera de tantas que vinieron después. Recuerdo ese día haber sentido que Graciela tenía cosas importantes que decir y yo quería que me contara esas cosas, pero aquella vez la visité en el contexto de una celebración y no hubo tiempo para conversar. Hoy, años después volví a tenerla al frente para que me dijera aquello que yo creía que tenía para contar.

La anfitriona Mapuche

No alcancé a tocar el timbre cuando Graciela nos vio desde lejos y gritó “¡Hola!”. Los rayos del sol de invierno abrigaban y desde la calle podía verse el patio lleno de arbustos, algunas plantas medicinales y unas gallinas; en segundo plano la Ruka y en la entrada una bandera negra, símbolo de la lucha de su estigmatizado pueblo. Al fondo, la silueta de Graciela envuelta en el traje tradicional Mapuche: falda negra, blusa floreada, pañuelo de colores amarrado cerca de la nuca y un gran collar de plata adornaba su pecho. A paso firme caminó hacia la puerta donde nos abrazamos. Nos abrió la reja y tímidamente entramos a lo que ella llama orgullosa “el corazón de La Pintana”, la comuna al sur de Santiago donde vive.

La Ruka es una construcción de madera, con techo de paja y piso de tierra que siempre debe mirar al oriente para saludar al primer rayo de sol cada mañana. Todas las rukas tienen la misma estructura, al menos todas las rukas tradicionales. El interior es un gran espacio iluminado por un fogón al centro, alrededor del cual se ha tejido la historia y la cosmovisión de la Gente de la Tierra. La colorida mesa nos dice que hay celebración, y es que para los Mapuche las visitas son motivo de alegría. Sopaipillas, catutos, pebre y ensaladas son la antesala del plato principal, una cazuela de pavo con locro, plato típico de Lautaro, la tierra de la familia Cheuquepan.

Ruka
La Ruka de Graciela. Autor: Leo Prieto.

Los machos Mapuche

Le pido a Graciela que me cuente un poco más sobre las acciones de su organización social, sé que ella es guardiana de su patrimonio y que siempre está gestando algo nuevo para su comunidad. Entusiasmada y con evidente orgullo relata que están trabajando en salud intercultural, específicamente en la prevención del VIH y con el programa de indígena de gobierno. Hacen charlas sobre el VIH, sobre todo a los que ella nombra como “los hermanos Mapuche”. Dice que no ha sido fácil y que sobre todo los hombres adultos mayores son reacios a conversar de estos temas, que en los inicios de esta labor en el año 2000 los hombres le decían que era imposible que tuvieran VIH si ellos eran de sangre Mapuche “fortachona”.

Graciela Cheuquepan anfitriona mapuche
Graciela Cheuquepan, nuestra anfitriona. Autor: Leo Prieto.

Rápida e inevitablemente pienso en que el estereotipo de macho valiente fortachón ha permeado tantas sociedades y culturas.

Graciela comenzó este camino después de haber conocido a un vecino Mapuche portador del virus. Me cuenta que le vio sufrir mucha discriminación y eso mismo la hizo cuestionarse sobre la ignorancia que en esa época había sobre la enfermedad. Con la idea de ayudar a su vecino e informarse, organizaron un taller de prevención de transmisión sexual con la Universidad Católica. Bajo ese mismo techo de paja y con el peso de las creencias tradicionales sobre sus hombros, lograron hacer un taller para mujeres y otro para hombres. 

Al primero, recuerda que llegaron muchas hermanas Mapuche de todas las edades, hasta la Papay, la mujer más antigua de la comunidad, sin embargo, al de los hombres solamente asistieron unos pocos. Graciela se ríe y añade “Cuando están así juntos son buenos para pelar a las mujeres, pero en cosas así, que tienen que hablar de su sexo son muy cerrados y nosotras no; las mujeres somos más abiertas, estamos más acostumbradas. Imagínese con el doctor cuando tenemos wawa, una se entrega nomás, una ya ha mostrado todo ya! Acá desde el más chiquitito conoce el condón y también la Papay, la más viejita. Somos muy abiertos. Acá nadie se aflige”, reímos mucho juntas y yo rápida e inevitablemente pienso en lo mucho que Graciela tiene para decir.

Ruka
Conversaciones alrededor del fuego. Autor: Leo Prieto.

“Nos preguntan por qué nosotros como Mapuche hacemos esto, y es porque tuvimos hermanos que murieron por sida. Una vez hicimos un encuentro con hermanos de varias comunidades, vinieron de varias partes del sur y decían: pero cómo nosotros que somos machos machos a la antigua, ponerse un condón es como ponerse un calcetín! Esa vez estuvimos dos días, y cuando se fueron les entregamos cajas de condones para que ellos le hablaran a su comunidad. Yo no sé si lo habrán hecho o los usó todos el caballero”, ríe Graciela.

Terminadas las risas es hora de partir, compartir este almuerzo ha sido de alguna manera como detener el tiempo que tan rápido pasa en la ciudad o quizás alargarlo y no darnos cuenta. Es la magia del fuego que una vez más nos invita a seguir tejiendo nuestra red de relaciones.