[dropcap]L[/dropcap]a comunidad de la Escobilla (Oaxaca, México) cuenta con 25 km de playa, 7 de los cuales son los preferidos para dos especies de tortugas marinas en peligro de extinción: la tortuga prieta y la laud. También es la playa más importante del mundo en la que desova casi de manera constante la tortuga golfina. Suena emocionante, ¿verdad? Pues hace no tantos años en este mismo lugar, se mataban 30 mil tortugas marinas al año con fines (en su mayoría) de subsistencia de la comunidad.
Este medio de sustento fue por mucho tiempo la razón por la cual muchas de las familias de La Escobilla eran depredadores de tortugas: las cazaban y robaban sus huevos para después venderlos. Cerca del 2002, la playa fue decretada Área Natural Protegida por el gobierno federal, promoviendo su conservación pero eliminando (y sin dar alternativa) a las formas de vida de familias enteras.
No obstante, la denominación no terminó por proteger la tortuga en su totalidad, ya que en lugar de proponer un programa de conservación, la playa era bruscamente vigilada durante las 24h del día por el gobierno federal, eliminando cualquier uso, tanto productivo como de ocio. Entonces la comunidad decidió formarse como cooperativa y crear un proyecto ecoturístico que pusiera sobre la mesa un programa de conservación coherente, con el objetivo de permitir a los depredadores reinventarse dentro de una industria lícita, dejando a sus familias un legado del que poder sentirse orgullosos.
Sóstenes Rodríguez fue uno de ellos: un depredador convertido en un héroe anónimo. “Empezamos siendo 97 miembros” explica; “ganamos un recurso de gobierno y pudimos construir cabañas, diseñar un recorrido en cayuco en la laguna que lleva a la playa y aplicar para el permiso de liberación de tortugas, que llegó apenas 3 años”. El recuerdo inunda el semblante de Sostenes, las cosas han cambiado mucho desde aquellos inicios. Prueba de ello es que a finales del 2017 tan solo 13 miembros siguen al pie del cañón.
“El primer día que llegó un cliente estábamos muertos de miedo y nadie se atrevía a darle la bienvenida.” Prosigue Sóstenes, “nos aventamos y pues así empezó la andadura. Pero nada ha sido fácil, ya que al poco de empezar, fueron llegando retos que nos echaban para atrás: el huracán Carlota en el 2012 nos devastó el 70% del proyecto; un fuego posterior se llevó la palapa del restaurante y ya recientemente, el sismo del 9 de septiembre. La gente canceló sus reservas y dejó de venir durante los tres meses siguientes. Apenas ahora empezamos a recibir visitantes.”
Actualmente en la comunidad de La Escobilla se liberan una medía de 200 crías de tortuga prácticamente todos los días del año. No obstante, este número varía dependiendo de las grandes arribadas, llegando incluso a liberar entre 600 y 800 tortugas diarias. Cuando llegan visitantes, los guías realizan un recorrido por la playa o la laguna explicando las características del animal y la importancia de su conservación para el ecosistema y la cadena alimentaria. Una vez llegado al punto de liberación en la playa, se explica cómo manejar adecuadamente las crías y el visitante comienza con la liberación. Es una experiencia indescriptible.
Lo cierto es que aún existen hueveros, incluso dentro de la propia comunidad. No obstante, anteriormente se saqueaban 800 mil tortugas al año, y ahora con los esfuerzos de la comunidad y de los patrullajes nocturnos, han conseguido que ese número se reduzca a 50 mil. “Está más duro ahora pues queda luchar contra los contrabandistas más aferrados,” admite Sostenes, “pero nuestro objetivo es que este número se reduzca a cero en un futuro cercano.”
“El ser humano tiene el poder de cambiar.” Termina Sóstenes, “Yo le hice mucho daño a la naturaleza, era un depredador: de tortugas, de cocodrilos, de iguanas… también tuve que salir de mi casa a la edad de 7 años pues la vida me convirtió en cabeza de familia y tenía que llevar dinero a casa. Pero pienso que nunca es tarde para cambiar si uno verdaderamente quiere, y devolver a la naturaleza lo que le quitamos en el pasado.”
La Escobilla verifica que el turismo es un instrumento de desarrollo socio-económico y de conservación. Pero también demuestra el reto al que se enfrentan los proyectos de turismo comunitario en el mundo: la falta de acceso al mercado meta y la consecuente desmotivación de los miembros de la comunidad. La gran mayoría no tienen una formación en turismo o comercialización, y más que capacitación necesitan acompañamiento en el proceso de aprender a poner en valor esos recursos tan cotidianos para ellos, pero tan apasionantes para el visitante.
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